Blogia
Viaje a Itaca

Esperpentos de la esencia

La Academia Sueca otorgó en 1981 el premio Nobel a uno de esos escritores "raros" a los que nos tiene acostumbrados. Elias Canetti tenía publicada por entonces una única y desasosegante novela, Auto de fe, un monumental ensayo titulado Masa y poder, el primer volumen de su autobiografía y varios libros difíciles de clasificar, entre los que se encuentra El testigo oidor.

 

La editorial Galaxia Gutenberg ha emprendido la tarea de recopilar todos sus escritos en unas Obras Completas que constarán de cinco volúmenes; esta colección, sin embargo, no estará completa hasta el año 2024, cuando se abran las decenas de cajas (contenedoras de obras de teatro, novelas y, presumiblemente, la continuación de su autobiografía) guardadas en un búnker suizo por expreso deseo del autor.

Durante los 35 años que Elias Canetti dedicó a Masa y poder, el búlgaro se prohibió toda digresión literaria, en un intento de concentrarse en la que consideraba la obra de su vida. Sin embargo, la vena literaria seguía latente, y su cabeza no paraba de inventar personajes, situaciones y microargumentos. Así surgió la mayor parte de los textos que componen El testigo oidor.

Publicado en 1974, el libro lleva como subtítulo Cincuenta caracteres: ésa es la clave del texto. Cada ser humano se compone de un número indeterminado de cualidades, caracteres, que se combinan entre sí: los hay malvados y amantes del arte; los hay egoístas y curiosos; los hay apáticos e irresistibles a las mujeres. Canetti selecciona (pues tenía escritos muchos más, quizá podamos leerlos dentro de veinte años) cincuenta de estos caracteres, y los desarrolla, y deforma, como si fueran la esencia única de un personaje.

En página y media los describe con absoluta precisión, belleza y un peculiar sentido el humor. Sus nombres son insólitos: Lamenombres, Finolora, Lengüipronto, Muerdecasas. Lo que cuenta de ellos es asimismo asombroso; en algunos casos provoca la risa, en otros llega a inquietar. El Proyectista, por ejemplo, está lleno de planes para el futuro; es serio y formal; "jamás fue un niño prodigio, porque jamás fue niño; no envejece nunca, porque nunca fue más joven". El Delator, por su parte, critica sin cesar a sus semejantes; "el elogio se le pega a la lengua como un veneno repugnante". El Hidrómano colecciona agua, temeroso de una futura sequía; llora cuando llueve y pide agua a sus vecinos; en su bodega, "todas las botellas están llenas de agua, y él mismo las ha sellado y clasificado por cosechas". La Granítica, por fin, es dura y cortante, cría a sus hijos con firmeza; no ha llorado nunca, y divide al mundo entre "embaucadores y embaucados, fuertes y débiles".

El testigo oidor es un libro que hay que leer con detenimiento, propicio para la noche; el lector no debería leer más de cinco o seis páginas seguidas, pues los caracteres se acumulan en la cabeza, se mezclan y se pierden. Como si fuera un libro de poemas, es muy recomendable recitar cada carácter sintiendo la soledad en la que todos ellos están inmersos. En la cama es interesante asociarlos con amigos y familiares; pero el siguiente paso es aún más iluminador: intentar reconocerse a uno mismo en uno o varios de los caracteres.

4 comentarios

sildenafil -

Elias Canetti is sin duda uno de esos escritores que amamos porque tienen un estilo tan dieferente que dificil de clasificar. La primera vez que lei uno de sus libros pense que nunca iba a entender el significado y una vez que termine todo tuvo demasiado sentido.

Aranzazu -

La dura misión de intentar reconocerse a uno mismo es la única misión valiosa de la vida.
(Y lo dice una granítica 8)
Cincuenta caracteres = eneagrama.

Franz Ferdinand -

La dura misión de intentar reconocerse a uno mismo está avocada al fracaso más sonoro.

Tiresias -

Pues como me dijiste, y sin que sirva de precedente, creo que puede gustarme y todo.
Eso sí, no sé si realmente puede ser iluminador tratar de reconocerse en esa colección de caracteres. Quizás pase como con las parodiase imitaciones: siempre que sea otro el burlado nos reímos; soportar que sea uno mismo el burlado es mucho más difícil de tragar.