Nuevo amanecer
1.-
José Ortega y Gasset se preguntaba en 1930 -en la segunda parte de su famoso libro La rebelión de las masas- quién sustituiría a Europa en el poder político mundial si, como muchas voces auguraban, ésta se hallaba en plena decadencia. La respuesta obvia era que Estados Unidos tomaría el relevo y sería el centro de poder durante unas cuantas décadas, siglos incluso. Pero el filósofo no acepta esta opción. Estados Unidos, viene a decir, no está preparado: es demasiado joven.
Visto desde el presente, puede que su razonamiento fuera acertado. Es posible que su juventud -Estados Unidos tenía por entonces poco más de 150 años- sea la clave que explique su actitud como "líder mundial" desde la Segunda Guerra Mundial. 150 años de existencia no es mucho para un país, su edad se mide por un patrón diferente que la humana. Comparado con un país como China, Estados Unidos es apenas un niño, mejor, un adolescente en plena ebullición.
¿Cuáles son las características, grosso modo, de la adolescencia? Los adolescentes son veleidosos, tiránicos, gustan del secreto, son rebeldes sin causa que piden arrogantes ayuda cuando su independencia les juega una mala pasada; si son líderes de un amplio grupo de amigos, es seguro que pronto chocarán con otro que busque también su lugar preferente: para ganarle, no dudarán en rodearse de un círculo dentro del grupo, círculo que se opondrá a los amigos del otro. Muchas, si no todas, de estas costumbres y modos de ser pueden aplicarse a la política llevada a cabo por los Estados Unidos durante los últimos 60 años.
Pero no es necesario, pues es bien sabido por todos, repetir los errores de Washington en el pasado. El párrafo anterior sirve para ilustrar lo, para muchos, nefasto que fue que un "joven" tomase las riendas del poder en el planeta.
Se dirá que Europa se desangraba en la década de los 40; que era incapaz de dirigir nada, ni a sí misma; que la ayuda económica proveniente de Estados Unidos le ahorró muchos años de penurias. Es cierto. Pero, de nuevo, hay que pensar en el ritmo vital de los estados. Por hacer otro símil, imaginemos que el presidente de una multinacional se ve obligado a permanecer en la cama de un hospital durante unos días; durante la convalecencia del jefe, su querido hijo, recién llegado a los negocios, se pone manos a la obra y logra mantener a flote la empresa, al tiempo que visita a su padre cada noche en el hospital; lo lógico sería que al término de la enfermedad, el presidente volviera a sus funciones y su hijo retornase a su puesto de segunda categoría. El problema fue que Estados Unidos no devolvió el poder a Europa una vez ésta se recuperó de la sangría. El adolescente pasó un fin de semana sólo en casa y a la vuelta de sus padres no quiso abrirles la puerta
2.-
Hoy, muchos intelectuales se hacen la misma pregunta que Ortega se hacía en 1930: ¿Quién manda en el mundo? De nuevo, los periódicos hablan de crisis de Occidente, de fin de una era (sería más apropiado decir "etapa"), de u futuro incierto. Timothy Garton Ash, historiador y periodista del diario The Guardian, ha escrito que se ha pasado de la existencia de un único centro de poder (mundo unipolar) a la cohabitación de numerosos centros de poder (mundo multipolar). La Sociedad Internacional es una suerte de "poliarquía mal organizada", de decenas de centros de poder que compiten entre sí. Lo novedoso es que estos centros no están ocupados sólo por Estados, sino que se reparten entre multinacionales, bancos y grupos terroristas. Todos estos sujetos tienen hoy más influencia que muchos estados legalmente constituidos.
El futuro, pues, es difícil de prever. Ash advierte, sin embargo, que la multipolaridad, cercana a la "apolaridad" (situación en la que ningún sujeto posee tanto poder como para redactar la agenda y las reglas del juego), será peor que el gobierno de Estados Unidos que muchos critican.
La respuesta menos pesimista (y la apuesta más segura) viene de aquellos que profetizan que China y la India serán los estados gobernantes de este siglo XXI.
Existe una teoría acerca de la evolución histórica del poder que viene a decir que éste gira en torno a la Tierra del mismo modo que lo hace el Sol; eso sí, cada vez más rápido.
El primer imperio fue China después pasó al Próximo Oriente, a Grecia y a Roma; los lapsos de tiempo en que el poder permanecía en un punto se iban acortando. En el comienzo de la Edad Media hubo un cierto desequilibrio: es difícil decir quién estaba al mando (aunque el referente intelectual, lingüístico y moral seguía siendo Roma), pero fue Europa, el conglomerado de Estados siempre enfrentados que la formaban, la que se alzó por encima del resto (y, verdaderamente, durante el siglo XIX casi llega a dominar el mundo).
Le tocó el turno después a Estados Unidos, punto final del recorrido del Sol, y fue el periodo de poder más corto de la Historia (un tiempo en el que, quizá no por casualidad se llegó ha hablar del "fin de la historia"). Hoy, Estados Unidos agoniza, los atentados de septiembre de 2001 fueron la estocada final, la invasión de Irak el desesperado ataque del animal próximo a la muerte.
El ciclo está a punto de reiniciarse, está cerca el nuevo amanecer, y eso asusta a muchos (todo cambio produce inquietud).
Pero más que para la alarma, es el momento de la serenidad y el estudio de la situación. China es la fábrica del mundo, India su oficina central. Juntos, han de ser capaces de dirigir las vidas de más de 6 mil millones de humanos durante las próximas décadas. Ambos son, volviendo al símil de Ortega, países viejos: esperemos que la edad les haya conferido sabiduría, serenidad, conocimientos de la historia y buenas dotes de mando.
Europa pretende recuperar el poder; es en vano: su tiempo ya fue. Lo mejor que pueden hacer sus miembros es unirse como si fueran un solo Estado para no dejarse amedrentar por el nuevo jefe.
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