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Viaje a Itaca

Contar para vivir

Hace hoy veinte años, el escritor italiano Primo Levi fue encontrado muerto en el rellano de su edificio. Si bien existen dudas acerca de su fallecimiento, la suposición común es que se suicidó saltando por las escaleras. Fue una más de las víctimas del nazismo; esta vez la muerte le alcanzó con dos décadas de retraso.

Auschwitz impulsó a Primo Levi a escribir; si no hubiera pasado en el Lager los peores meses de su vida, el italiano hubiera sido un químico más, tan feliz o infeliz como el resto de europeos de la época. Pero fue hecho preso y lo llevaron al campo de concentración. Ya durante su estancia Levi sentía una imperiosa necesidad de contar lo que allí ocurría, lo que veía, lo que sentía. Durante varias semanas, trabajó (al igual que sucede con "comer" o "dormir", esta palabra se convierte en un eufemismo al hablar de Auschwitz) en un laboratorio químico, donde tuvo acceso a papel y lápiz, escribía deprisa unas líneas, y a continuación destruía la prueba del delito: lo importante era escribir.

A eso dedicó las noches a su vuelta a Italia. Al acabar la jornada laboral, se sentaba a escribir uno de los libros más estremecedores del siglo XX. Un libro que jamás tenía que haberse escrito; unas páginas que expresaban tal horror que fueron tenidas por increíbles por muchos.

Y es que en 1946 el Holocausto no era un término tan conocido como ahora. La mayoría de la gente no sabía lo que había sucedido; otros no querían saber. Y los que conocían el horror, fueran víctimas o verdugos, muchos de ellos pretendían olvidar y empezar una nueva vida.

Pero también había los que necesitaban contar su experiencia en los campos de concentración. Aquellos que a la noche, después de cenar, se quedaban en la mesa de la cocina y murmuraban imágenes de dolor y de muerte. Contar era un exorcismo. Un medio de superar lo vivido y seguir adelante.

Primo Levi mostró en Si esto es un hombre lo que presenció en el campo de concentración. El suyo es un relato testimonial, en el sentido más puro de la palabra. Levi no es juez, sino testigo; no opina: describe. No hace falta más.

Levi habla del frío, de la esclavitud, del hambre, del dolor y de la muerte. Pero sobre todos estos conceptos sobrevuela uno mucho más importante, la razón de ser de Auschwitz: la deshumanización de los prisioneros. Al final del libro, los alemanes han abandonado el campo y han dejado a los prisioneros a su suerte, muchos están enfermos, el frío es absoluto y el agotamiento general. De esos días escribe:

El último rastro de civilización ha desaparecido de nuestro alrededor y de nuestro interior. La obra de bestialización emprendida por los alemanes triunfantes ha sido cumplida por los alemanes derrotados. Es hombre quien mata, es hombre quien sufre o comete una injusticia: no es hombre quien ha perdido toda decencia y comparte su lecho con un cadáver. Quien ha esperado que su vecino acabara de morir para quitarle un pedazo de pan puede ser inocente, pero está señalado, condenado, maldito.

Hoy todo el mundo conoce lo sucedido en la II Guerra Mundial (a excepción, claro está, de los negacionistas). Se han escrito centenares de libros, posiblemente moles de artículos; pero, más importante, hemos tenido acceso a las imágenes. En esta ocasión, es muy cierta la proporción de la imagen frente a la palabra. Las fotografías tomadas por los soviéticos al liberar los campos, el documental Shoah, películas como La lista de Schindler o El pianista, la ilimitada base de datos que es Internet, permiten que en nuestra memoria guardemos imágenes del horror sin haberlo vivido.

¿Entonces, sigue siendo hoy Primo Levi tan necesario como en los años 50? No, afortunadamente, no.

Pero todos los infiernos tienen su testigo. Hoy necesitamos otro Primo Levi, un escritor que probablemente llevará nombre musulmán. Alguien que cuando salga de Guantánamo informe al mundo de lo que allí sucede.

Mientras, en nuestras cabezas deberían resonar estos versos con los que Primo Levi encabezó su obra:

Ustedes que viven sin molestia
En residencias seguras;
Ustedes que encuentran comida caliente y rostro amigo
Al volver a casa al atardecer:
Observen y vean si esto es un hombre
El que trabaja en un pantano frío;
Él, que no conoce el descanso y lucha
Por un pequeño pedazo de pan.
Que se convierte en mortal por un "sí" o "no".
Observen y vean si esto es una mujer.
La que no tiene nombre ni cabellos;
A la cual no le quedan fuerzas para recordar,
Como una rana en un día de invierno y hielo.
Reflexionen y recuerden que todo esto sucedió
Y se quedarán estas cosas:
Que yo les ordeno
Grabadas en su corazón.
Y las repetirán a sus hijos
Al regresar a casa y al ir en los caminos,
Al acostarse y al levantarse.
Y si ustedes callan - que se destruyan sus casas
Y les aflija la enfermedad desde los pies a la cabeza
Y también sus descendientes les volteen la cara.

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