Polvo y luz
El desierto comprimido en fotografías 11,4 por 7,6 centímetros. Esto es lo que nos ofrece Bernard Plossu, (Vietnam 1945) en el Palacio de Montemuzo. Son obras tomadas entre 1975 y 2004; una selección en la que únicamente aparecen desiertos, en particular los de Almería y Nuevo México, (sur de Estados Unidos).
La única forma de representar, de traer el desierto, es mostrarlo de un modo humilde, casi íntimo. Humildad seguida ya desde la concepción de las fotografías, todas en blanco y negro; una decisión arriesgada en apariencia, pues supone prescindir del juego de luces que se produce al amanecer y atardecer en espacios abiertos. Pero Plossu no busca el impacto fácil, sino la mirada serena, espaciada, la admiración final. Algunas fotografías aparecen intrascendentes, el espectador no ve nada en ellas; pero si es paciente y mira sin buscar, si da un paso atrás verá aquel rayo de luz que define la fotografía o aquella sombra que antes no vio, preocupado en la silueta que la crea.
En la muestra apenas aparecen seres humanos, no son necesarios, lo importante es la naturaleza, la arquitectura del mundo salvaje. En unas pocas, sin embargo Plossu sí captura la imagen de una persona, pero no es ella el centro de la obra, es un accesorio, casi molesta. En una toma, un lugareño levanta la mano en señal de protesta, no quiere que lo fotografíen; en otra, el artista se fotografía a sí mismo, pero el espectador sólo lo reconoce por el pie de foto, es una figura desdibujada, una sombra casi, en medio de la sólida montaña.
La grandeza del arte es despertar emociones y recuerdos diferentes a quien lo contempla. Cuando recuerdo ciertas fotografías de Bernard Plossu me vienen a la cabeza dos escritores y un cineasta. Detrás del fotógrafo, siguiendo sus pasos como un alumno sigue a un maestro de otra disciplina, veo a Roberto bolaño, que toma notas para 2666, la novela que el fotógrafo podría muy bien haber ilustrado; también veo, pero está mucho más atrás, no quiere que su presencia se note, a Cormac McCarthy, que sobre los suelos que capta el vietnamita dibuja los cadáveres y los ríos de sangre que describirá en Meridiano de sangre; por último, subido al coche de Plossu, Alejandro González Iñárritu capta a su vez fotografías en movimiento, siempre con la ventanilla del coche como segundo marco, una de ellas quizá se cuele, o sea un juego entre artistas, en esta exposición.
Y el delirio final, dejamos el polvo y el frío, y un viejo indio nos observa marchar, él guardará las montañas.
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