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Viaje a Itaca

Literatura

Más de un siglo

Francisco Ayala cumple 101 años. Aquí una entrevista realizada por Juan Cruz.

 

Mailer y Hitler

Norman Mailer publicó en enero su última novela, The castle in the forest. En ella, el escritor estadounidense narra la infancia de Hitler por boca de un demonio metido en la piel de un oficial de las SS. Anagrama la publicará en España el año que viene.

Mientras, aquí este artículo de Rodrigo Fresán y un vídeo en el que el escritor habla de la novela.

 

Lástima, Ernesto

Es una suerte que Ernesto Sabato esté ciego. De no ser así, es muy probable que él mismo se hubiera arrancado los ojos tras asistir a la adaptación teatral de su novela El túnel. Según la prensa, esta adaptación ha sido realizada (¿o debería escribir "perpetrada"?) por su secretario personal y fue autorizada por el propio escritor. Sin embargo, es inconcebible que un autor tan exigente -tres novelas en 96 años- haya dado el visto bueno a esta versión a ratos cómica y siempre meliflua de lo que se calificó como El extranjero latinoamericano.

Héctor Alterio es Juan Pablo Castel, un pintor de unos setenta años recluido en una celda por el asesinato de María Iribarne, -interpretada por una Pilar Bayona demasiado sensual- varias décadas atrás. Castel cuenta desde el presente la relación con la mujer, una relación absorbente y posesiva -pues él mismo es absorbente y posesivo-, llena de secretos, medias verdades y mentiras enteras. A estos dos personajes les acompañan Allende, el marido de María, y Hunter, su primo -interpretados ambos por un correcto Paco Casares; la criada y Mimí, porima también de Allende, completan el reparto -de nuevo, una única actriz, la irritante Rosa Manteiga, da vida a las dos mujeres.

 

El problema principal de El túnel son estos personajes secundarios, absolutamente innecesarios. Cuando no entran en escena, están "ocultos" tras unas bambalinas de forma que el espectador los tiene siempre presente. María Iribarne, una mujer fría donde las haya, es presentada aquí con un vestido rojo pasión y excesivos matices de voz. Las discusiones entre Castel y ella se convierten en diálogos que bien podrían haber salido del peor Almodóvar. Mimí y la criada cumplen su objetivo, quizá demasiado bien: la irritación que unos diálogos vacíos producen en el lector se convierte en desesperación al escucharlos en un escenario. Poco puede decirse de Allende, el marido ciego de Maria Iribarne. Su momento de gloria en la novela se produce casi al final, cuando Castel le informa en tono revanchista de la muerte de su esposa y éste grita "¡insensato! ¡Insensato!". La escena, sin embargo, ni siquiera tiene lugar, sino que es el propio Alterio quien la recuerda.

Así, una novela de la que el lector nunca sale ileso, un texto en el que no hay una frase positiva, se convierte en una obra teatral en la que los espectadores ríen con frecuencia.

Los minutos finales de la obra son salvables. Alterio queda solo en escena, se arroja a una silla y se mete de veras en la piel del pintor depresivo: su actuación está llena de silencios y miradas vacías. Éste debía haber sido el tono de la obra: un monólogo recitado por un viejo pintor que no espera nada de nadie, un hombre que recuerda al amor de su vida, la única persona que le comprendió. Y que lo hace de tal forma que no es necesaria la presencia de los restantes personajes, sus palabras los evocan con mayor precisión.

El túnel

Ernesto Sabato escribió El túnel en 1948, poco tiempo después de una crisis existencial que le llevó a abandonar su carrera en un laboratorio de Física. El argentino plasmó en esta novela breve todas sus preocupaciones existenciales. De alguna forma, El túnel es a Latinoamérica, mutatis mutandis, lo que El extranjero  es a Europa.

La novela puede ser interpretada en una primera impresión como un thriller. Pablo Castel es un pintor depresivo que cuenta desde su celda su relación de amor-odio con María Iribarne, la única persona, según el narrador, que comprendió su obra. Su relación con el mundo y consigo mismo es absolutamente pesimista. Castel cree que ni siquiera se merece el descanso que permite el suicidio. En cambio, acaba apuñalando a María, auque esta acción no le produzca ninguna calma. Al final del libro, Castel se enfrenta con el marido ciego de María; le espeta que ha asesinado a su esposa y éste sólo puede gesticular y gritar "¡Insensato!".

Lo más atractivo de esta obra son las reflexiones del pintor, un personaje que Sabato querría ver comparado con alguno de los que vagabundean por las novelas de Dostoievski. Aunque el argentino no llegue a tanto, su lectura no deja diferente a nadie.

 

Estos días Héctor Alterio protagoniza la adaptación teatral de la novela en el Teatro Principal de Zaragoza. Hay mucha expectación por comprobar cómo se ha llevado El túnel al lenguaje teatral. ¿Conseguirá el actor dar cuerpo de forma creíble al Castel del papel?

Baricco: Esta historia

Alessandro Baricco publica una nueva novela en España, Esta historia.

 

Según la página web de la editorial Anagrama, el argumento es el siguiente:

"Ultimo Parri tiene cinco años la primera vez que ve un automóvil y veinticinco cuando conoce al gran amor de su vida. No será hasta años más tarde que Ultimo logrará llevar a cabo su sueño, una genial tentativa de resumir y poseer el espacio: diseñar y construir una pista de carreras perfecta. Ésta es la bella y dramática historia de la difícil consecución de un sueño más allá de la razón."

Si bien el argumento puede no resultar apasionante a primera vista, conociendo las anteriores obras del italiano (en particular Seda, Novecento y Sin sangre) no es probable que decepcione.

Espero poder escribir una reseña en breve. Mientras, para aquellos que entiendan algo de italiano, aquí una página muy bien hecha sobre la novela.

Las razones de Vila-Matas

Enrique Vila-Matas es uno de los escritores españoles más interesantes de hoy día. En este vídeo explica las razones de su literatura. Aquí también.

Mis amigos los Buendía

La primera vez que abrí un libro de garcía Márquez, o cerré a as pocas páginas. Deseaba con todas mis fuerzas leerlo. Era joven, conocía a muchos de los autores del Boom por los libros de lengua de la escuela. Fui precoz y fracasé en mi atrevimiento.

El libro en cuestión se llamaba Cien años de soledad, un título ininteligible a una edad en que cien años se parecen al infinito y no se tiene muy claro el significado de la soledad. Las primeras páginas eran absorbentes, no podía uno parar de leerlas; por eso mismo, quizá, tuve que abandonar su lectura.

 

La segunda vez que me enfrenté a un libro del colombiano fue más exitosa. Su título era mucho más sugestivo para un joven aficionado a las películas de asesinos y tribunales: Crónica de una muerte anunciada. El principio, sin embargo, me sorprendió hasta el enfado: ¿cómo podía una novela destrozar el argumento ya en la primera página? Comprendí no mucho más tarde que el truco de la novela radicaba precisamente en esa vuelta de tuerca. Desde entonces, he leído la Crónica varias veces, y nunca me ha decepcionado.

Tampoco lo hizo su obra maestras, la saga de los queridos Buendía, cuando por fin pude con ella. Fue arde, en primer curso de universidad. Esa vez me pareció un libro prodigioso, y comencé a leer cuantos ensayos y artículos encontraba sobre el mismo (hablo de una época en la que no contaba con la ayuda de San Google). La segunda lectura se produjo un año después: fue la definitiva. A partir de aquel año, releo los Cien años de soledad cada primavera, hacia finales de mayo o principios de junio, coincidiendo con las fechas de exámenes. Las locuras y azares de la familia Buendía ya sólo me producen carcajadas.

He llegado a aprender diálogos de memoria. Y, de cuando en cuando, recito como si fuera una cancioncilla de verano aquello de "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Arueliano Buendía había de recordar la mañana en que su padre le llevo a conocer el hielo". Ahora dudo: ¿escribió García Márquez "la mañana" o "el día"? No importa: la novela ya no le pertenece, los derechos de autor, de alguna extraña forma, han caducado y han pasado a ser parte de todos sus lectores.

Por supuesto, el colombiano ha escrito más libros. Pero estos son suficientes. Me bastan.

Hoy celebra su 80 cumpleaños. Felicidades pues.

 

Es un fiesta, de todas formas, triste, pues Gabo ya no escribirá nunca nada digno de lectura. Su última novela, de cuyo nombre no quiero acordarme, es un plagio descarado. Parece escrita por un imitador del colombiano. Lo único mágico de ella fue la fabulosa campaña de marketing que montaron sus editores.

Ayer leí que está escribiendo la segunda parte de sus memorias, unos apuntes reunidos en un libro. No sé si me interesan. Es una pena.

Lo que sí leeré, seguro, es la nueva edición que se prepara de los Cien años de soledad. Tengo curiosidad por leer lo que hace ya unas décadas escribió su hoy ex-amigo Mario Vargas Llosa. Y espero que esta primavera, pese a no tener exámenes, pueda reírme con aquella bronca monumental que una reina destronada echa a un jugador borracho y pendenciero.

Ya falta menos.

Infografía: García Márquez y el Boom

Más Gabo

Mañana espero escribir unas líneas sobre García Márquez, seguro que elogioso (¿cuántos blogs hablarán estos días del escritor colombiano? La respuesta, aquí).

Para hacer boca, este artículo de Arsenio Escolar, que muestra a un Gabo mucho menos amable. 

"La gente lee basura para distraerse y piensa que es literatura"

Navegando, navegando, me topo con este artículo (incompleto) de Gregorio Morán, articulista de La Vanguardia. Muy cierto lo que dice (y podríamos hablar del mismo modo de los discos y las películas).

Premio para Philip Roth

Philip Roth, uno de los grandes escritores estadounidenses vivos, ha ganado por tercera vez el premio Pen / Faulkner.

 

Curiosamente, la novela ganadora, Elegía, no es nada del otro mundo. Para los que quieran leer buena literatura, que prueben con los dos primeros volúmenes de su trilogía "La América perdida": Pastoral americana y Me casé con un comunista.

De todos modos, felicidades.

Entrevista a García Márquez

Esta semana Gabriel García Márquez cumple 80 años. A la espera de poder escribir un artículo sobre él, aquí va esta serie de vídeos, por cortesía de ricardofanta.

La última Gran Novela Americana

Cormac McCarthy es lo que suele llamarse un escritor oscuro. Su nombre se asocia con frecuencia a los de J.D. Salinger, Thomas Pynchon o Don DeLillo; autores que viven en el anonimato, no conceden entrevistas, y pretenden ser conocidos únicamente a través de su obra. McCarthy es, hoy por hoy, el escritor más interesante de este grupo.

 

Su nombre resuena desde que el crítico literario Harold Bloom incluyera su novela Meridiano de sangre en el listado de obras maestras de la literatura, El canon occidental. Tras una serie de novelas interesantes que comparten una misma temática (soledad y violencia), un escenario (el Oeste americano) y aun un estilo (laconismo y belleza al mismo tiempo), Cormac McCarthy publicó en el verano de 2006 The Road, sin duda su obra maestra (todavía por traducir al español).

La novela cuenta la historia de un padre y su hijo de diez años, ambos caminan sin rumbo fijo por las carreteras de una futura América desolada. Después de una explosión nuclear, el mundo es un lugar hostil, la civilización ha muerto, el hombre vuelve a ser un lobo para el hombre: el único objetivo es sobrevivir.

Los personajes carecen de nombre, tampoco lo tienen los lugares por los que pasan; la atmósfera de la novela es oscura. La inseguridad que sienten sus protagonistas es transmitida al lector, que en ocasiones se ve obligado a detener la lectura para descansar del miedo y la tristeza que le invade, (como la página en que alcanzan la costa y el padre se lamenta de que su hijo no vea un mar de color azul, sino gris ceniza).

Uno de los puntos fuertes de Cormac McCarthy es la elaboración de diálogos. Son secos y directos, y no hay indicación alguna de quién es el hablante, si el padre o el hijo. Pero en pocas palabras muestran de un modo perfecto la humanidad de sus personajes y la magnitud de su situación. Un ejemplo: tras huir de otros seres humanos con quienes se cruzan, padre e hijo descansan exhaustos delante de un fuego; allí, casi a oscuras, se produce la siguiente conversación:

Van a matar a esa gente, ¿verdad? Sí. ¿Por qué tienen que hacerlo? No lo sé. ¿Van a comérselos? No lo sé. Van a comérselos, ¿verdad? Sí. Y no podemos ayudarles porque entonces nos comerían a nosotros. Sí. Y por eso no podemos ayudarles. Sí. De acuerdo.

La novela en conjunto puede ser tomada como una parábola (a lo que ayuda su frecuente "lenguaje bíblico"): el mundo ha desaparecido, hay que volver a empezar, y el único que tiene puede hacerlo ("you carry the torch") es un muchacho de diez años que no siente odio por nadie.

Cormac McCarthy entra con esta novela en el parnaso de la literatura americana. The Road es la culminación de toda su obra anterior: la violencia ase vuelve poética, el lenguaje se estiliza, los personajes son más humanos que nunca, a desolación invade al lector.

The Road es la novela que convierte a Cormac McCarthy en el mejor escritor estadounidense vivo.

Entrevista a Cela

Aquí el segundo capítulo de la serie de entrevistas con escritores. En esta ocasión con el buen escritor y peor persona Camilo José Cela.

Debo decir que todas las entrevistas que aquí iré colgando están guardadas en mi ordenador y sacadas de diferentes fuentes en internet. Pero para subir videos a Blogia hay que pasar por Youtube, y ésta página no deja subir archivos mayores de 100 megas. Como aún no he aprendido a cortar vídeos, utilizaré el trabajo realizado por otros para poner aquí las entrevistas.

En esta ocasión, el mérito de cortar la entrevista de Cela corresponde a Pakoentrevistas. Ha cortado el vídeo en 5 partes.

La entrevista de Bolaño del día fue subida por Zacarías.

 

 

 

 

 

Entrevista Bolaño

Aquí una entrevista muy interesante al último gran escritor latinoamericano: Roberto Bolaño.

El probrecito ya murió; ésta es casi la única oportunidad de escucharle.

(Con este video inauguro una sección dedicada a entrevistas de escritores)

 

El escritor más libre

Juan Goytisolo ya no escribe. Al menos ficción. Su última novela, Telón de boca, data del 2003. Quien la leyese percibía un olor a despedida. El escritor estaba cansado, Monique su compañera de tantos años, había muerto recientemente; sólo le quedaba esperar el fin. Ahora aparece de cuando en cuando en El País, firmando artículos de opinión, como siempre, apocalípticos.

Pero hubo un Juan Goytisolo anterior, un escritor sin miedo al poder o al stablishment literario. Un autor que siempre fue por libre, escribiendo lo que no se debía escribir y de una forma nunca antes (ni después) vista por estos lares. Ése es el Juan que pasará a la historia de la literatura.

 

Una brevísima biografía de Juan Goytisolo señalaría que nace en Barcelona la víspera de reyes de 1931; que tiene por hermanos a Luis y José Agustín, ambos dedicados a la literatura; que se instaló en París a mediados de los cincuenta y trabajó en la editorial Gallimard, donde conoció a Monique Lange, su esposa y compañera durante 40 años; que conoció el éxito en el extranjero mucho antes que en España, donde aún es recibido con reticencia; que es homosexual y que vive en Marrakech.

Pero, como toda biografía, no es más que un resumen lleno de lagunas. La mejor forma de conocer a Juan Goytisolo es leer sus libros. En ellos vuelca con furia toda su vida, sus sentimientos, opiniones ante todo. Juan Goytisolo es un hombre tímido, prefiere la soledad elegida a las multitudes y conferencias, pero ante el papel se desnuda con una dignidad y una absoluta falta de vergüenza pasmosa.

Se inició, como era norma en la época, en el realismo social. En sus novelas y relatos presentaba una España triste y gris en la que sus protagonistas eran soldados desganados, borrachos y obreros. Pero éstas son unas obras que conviene olvidar, no tienen hoy ningún valor literario. "Mi escritura adulta -dirá- empieza con el último capítulo de Señas de identidad".

Esta novela inició el camino a seguir. Nacía un nuevo Juan Goytisolo, un escritor que rompía con su pasado de enfant terrible y símbolo de la literatura de protesta, símbolo creado por la cultura francesa. Un escritor que daba la espalda a su familia: a su padre moribundo, a sus hermanos, que podían competir con él, a su hermana, que no tenía ninguna importancia en su vida. Juan Goytisolo abandona definitivamente España y se traslada a París. Allí asumirá plenamente su sexualidad y aprenderá a liberarse de muchos corsés de la literatura de la mano del iconoclasta Jean Genet.

No es lugar éste para glosar todas sus novelas y ensayos. Bastará decir que en ellas arremete contra todo y contra todos. El franquismo, el Opus Dei, la política de inmigración europea, la guerra de Yugoslavia, los propios escritores. Señas de identidad es un punto de partida que le lleva a destruir paulatinamente el lenguaje, hasta hacerlo casi ininteligible, (algo similar al trabajo de Joyce en su Ulises o en su Finnegans wake). Tras Makbara, Goytisolo se centra más en la estructura que en el lenguaje: sus textos son más sencillos de leer a primera vista, pero en conjunto poseen mayor complejidad. Vista en conjunto, su primera etapa puede definirse de "destructiva" y los años posteriores como "constructivos". En palabras del escritor, su obra es "una construcción a partir de una destrucción".

Sus últimas décadas están íntimamente relacionadas con el mundo islámico. En el barrio parisino del Sentier aprende turco de la mano de un grupo de exiliados; conocerá más tarde la tradición literaria del Islam y se convierte en su defensor. Gracias a su apoyo, la plaza Xemaa el Fna, un espacio de convivencia e intercambio de tradiciones orales en Marrakech, se convierte en Patrimonio Oral de la Humanidad.

Pero todo esto no se logra sin dejar cadáveres por el camino. La relación con s hermano Luis es casi nula, de aquellos activistas políticos que frecuentaba en los sesenta no quiere saber nada; volvió la espalda a muchos de aquellos con quienes se relacionó. Siempre fue un experto en convertir a sus amigos en enemigos y en mantener el rencor (o la envidia) que muchos le tenían.

Hoy es un hombre solitario. Continúa viviendo en Marruecos, sin Monique pero con la compañía de un par de muchachos que adoptó. Ha declarado públicamente el fin de su relación con la ficción, se dedica a releer a Cervantes, Tolstoi o Las mil y una noches. Ya no espera nada, si acaso la muerte.

Un escritor en una guerra

 

Durante el cerco de Sarajevo, Juan Goytisolo fue el único intelectual europeo que se trasladó a la ciudad. Aguantó allí varios meses, testigo de las muertes que los bombardeos de la OTAN causaban. Junto con el fotógrafo aragonés Gervasio Sánchez escribió un libro en el que reflejaba la situación. Como única forma de escapar al horror, montó junto con Susan Sontag la obra Esperando a Godot, interpretada por actores no profesionales del lugar.

La carta más difícil

 

Cuando asumió plenamente su sexualidad, Juan Goytisolo llevaba varios años viviendo con Monique. La única forma de revelar su secreto era hacerlo por escrito. Así que le envió un laga carta a Moscú, donde ella estaba de viaje con su hija, en la que explicaba toda la situación y le repetía su amor incondicional; si no quería continua con él, lo entendería. La respuesta de Monique tardó unos días en llegar, pero fue positiva. Pocos meses después contraían matrimonio.

Decepción

El telón, último libro de Milan Kundera, comienza de la siguiente manera:

Contaban una anécdota de mi padre, que era músico. Se encuentra entre amigos en algún lugar donde suenan los acordes de una sinfonía. Los amigos, todos músicos o melómanos, reconocen enseguida la Novena de Beethoven. Preguntan a mi padre:

- ¿Qué es esa música?

Tras una larga reflexión, éste dice:

-Parece Beethoven.

Todos contienen la risa: ¡mi padre no ha reconocido la Novena sinfonía!

- ¿Estás seguro?

- Sí -dice mi padre-, un Beethoven tardío.

- ¿Cómo puedes saber que es tardío?

Mi padre les llama entonces la atención sobre cierta ligadura armónica que Beethoven jamás habría utilizado en su juventud.

Esta anécdota ilustra un pensamiento que comparto plenamente, Kundera lo llama "conciencia de la continuidad histórica". Esto no es más que sentir y comprender que el Arte posee una cronología, una historia, una sucesión de etapas, hallazgos, retrocesos, etc. Que el Arte no es, en modo alguno, un inmenso depósito de obras.

Continúa Kundera:

"Imaginemos a un compositor contemporáneo que hubiera escrito una sonata que, por su forma, sus armonías, sus melodías, se pareciera a las de Beethoven. Imaginemos incluso que esta sonata haya sido tan magistralmente compuesta que, si hubiera sido realmente de Beethoven, habría figurado entre sus obras maestras. Sin embargo, por magnífica que fuera, al firmarla un compositor contemporáneo, daría risa. Como mucho, se le felicitaría por ser un virtuoso del pastiche".

No encuentro mejor manera de resumir mis sentimientos ante Viajes por el scriptorium, la última novela de Paul Auster. Un trabajo muy menor en su trayectoria, una novela, (¿o nouvelle?) que casi no merece el trabajo, bien escaso, que cuesta leerla.

Entendámonos. Si hay que elegir entre El código Da Vinci y los Viajes por el scriptorium, elijo ésta última. Es una novela, como mínimo, bien redactada; Auster siempre se ha distinguido por no usar un estilo ampuloso y elitista, conoce bien a sus lectores y su escritura es absolutamente sencilla y precisa. Pero una novela no es un periódico.

 

Viajes por el scriptorium comienza con la imagen de un hombre mayor sentado en una cama. El narrador de la novela decide llamarlo, por comodidad, Mr. Blank, (Señor Blanco, o mejor, Señor Vacío). Este protagonista, como si hubiera salido de una obra de Beckett no sabe nada; dónde está, quién es, qué hace en esa habitación: son preguntas que se repite a lo largo de la obra.

Por su habitación pasan otros personajes que parece saberlo todo de él: pero apenas le ayudan en su ignorancia. Metódico, Mr. Blank irá apuntando los nombres que escucha, personas a quienes, le han dicho, envió en el pasado a arriesgadas misiones, tanto de algunos no volvieron de ellas. Sí sabe, porque uno de ellos se lo dice, que varios le tienen tanto odio por lo que les hizo que quieren condenarlo a la pena capital, (como en El proceso, el protagonista no entiende nada de la grave amenaza que sobre él pende).

La clave y truco de esta historia está en los nombres de los personajes y en ciertos detalles de sus biografías. El lector de Auster reconocer los nombres de personajes de obras anteriores. Así, todo cobra un sentido (quizá demasiado obvio): Mr. Blank es una metáfora de Auster, y el resto de personajes son creaciones suyas, que le persiguen hasta la locura.

Varias cámaras y micrófonos, dice el narrador, registran cuanto acontece en la habitación. El lector se siente un voyeur, o peor, un espectador de un peculiar Gran Hermano. Así, le verá leer, y el lector lee con él, el comienzo de una historia que sucede en un lugar indeterminado, pero se supone que es Estados Unidos, a mediados del siglo XIX. Pero sólo puede Mr. Blank leer un capítulo: el resto debe imaginárselo. Es en este acto de invención cuando el protagonista comienza a atisbar quién es.

La última vuelta de tuerca invalida la novela por completo; sin este truco de aprendiz de brujo, Auster podría merecer clemencia: pero él mismo cava su tumba.

Tras la lectura del manuscrito, Mr. Blank inicia la lectura de otro texto (que, curiosamente no aparece hasta el final de la novela) que se lama igual y comienza de la misma forma que lo hace Viajes por el scriptorium; este texto lo firma Fanshawe, viejo protagonista de una de las partes de la Trilogía de Nueva York.

Termina la novela el discurso de un narrador que habla ahora en primera persona. Es uno de los personajes inventados por este viejo escritor sin nombre; califica de justa la situación de Mr. Blank, y no siente ninguna lástima por su creador.

La novela termina al anochecer, Mr. Blank se acuesta y todo, previsiblemente, volverá a empezar.

¡Sorpresa! No es una novela cualquiera. El escritor consigue hacernos creer que lo que leemos es cierto: que hay un hombre encerrado en una habitación, que una mujer llamada Sophie le ama con devoción, que hay quien le quiere mal, y que hay un misterioso manuscrito. Y resulta que todo el protagonista es un escritor y el resto de personajes, invenciones suyas. ¡Qué hallazgo! Pero el giro final es aún más novedoso: nadie pensó que un personaje pudiera narrar una novela; y menos que el protagonista leyera la misma novela que nosotros...

A esto me refería al hablar de Kundera y la conciencia de la continuidad histórica; no se puede engañar así al lector. Si un escritor no va a innovar en literatura, perfecto, que escriba sus libros de una forma digna. Pero que no venda gato por liebre.

 

Tras la lectura de la novela, me vinieron a la mente dos posibles caminos por los que el escritor de Smoke podría haber descendido hasta estos niveles:

Opción A:

Auster no tenía muy claro qué escribir, pero los editores le metían prisa (no en vano su nombre es siempre garantía de éxito). Le dijeron, "Escribe una historia que retome algún personaje de otras novelas, y así no tienes que inventar mucho". Y eso hizo: eligió varios personajes de anteriores novelas y montó una pequeña obra de teatro.

Opción B:

Auster sí quería escribir esta novela. Mientras esperaba a las musas recordó aquella obra llamada Seis personajes en busca de autor que leyó tiempo atrás y se dijo, "Yo también puedo hacerlo". Y lo hace bien. El problema es de origen: no hay nada nuevo, todo suena a falso, hueco y ya visto.

Ciertas críticas hablan de un interludio, una obra "de reposo", para tomar aliento antes de emprender una nueva y quizá más fructífera etapa. Si es el caso, puede perdonársele a Auster este engañoso juego postmoderno (tan postmoderno que ya Unamuno jugó con él). Si no, ésta puede ser, y con mucho pesar, la última novela suya que lea.

Con la Trilogía de Nueva York, Leviatán y La noche del oráculo, Auster había concitado el respeto de sus lectores en muchos países, (aquí le otorgamos, aunque debió haber recaído en Philip Roth, el Premio Príncipe de Asturias); con sus dos últimos trabajos ha demostrado que no merece el lugar donde está.

El árbol del perdón

Ramiro Pinilla es un escritor vasco que escribe sobre el País Vasco. Estos datos bastan a muchos lectores para rechazar de plano cualquier acercamiento a su obra. Seguramente, a los mismos que leerían con pasión una historia de la India en clave de realismo mágico. La política y los prejuicios corrompen una vez más la literatura.

El escritor nació hace 84 años; a principios de los 60 ganó el Premio Nadal (un galardón que, por entonces, aún tenía algún valor literario), y el Premio Nacional de la Crítica. Después rompió con el mundo editorial, construyó con sus propias manos un caserón al que de forma apropiada llamó Walden y desapareció del mapa literario.

 

Continuó escribiendo, en voz baja. Publicó varias novelas en una editorial propia y distribuía los ejemplares a precio de coste. En el año 2005 decidió volver a los ruedos, y lo hizo por la puerta grande. La editorial Tusquets publicó en tres tomos Verdes valles, colinas rojas, una novela que escribió a lo largo de 20 años y ha logrado la admiración de lectores y críticos, hasta el punto de convertirse en un bestseller (hablando en un plano literario, Pinilla no compite con misterios ni conspiraciones) y ganar el premio Nacional de Narrativa y, de nuevo, el Premio de la Crítica.

La higuera es, nunca mejor dicho, un esqueje de la trilogía. El lector que no se atreva con las más de dos mil páginas que la componen, hará bien en leer esta novela corta. Ambas obras comparten personajes, espacio, tiempo y aun técnica. Sin mucha dificultad podría el escritor haberla integrado en Verdes valles; aunque quizás perdería algo de su personalidad pues, oculta entre tantas otras historias, el lector no le hubiera prestado la atención requerida.

La novela narra la historia de Rogelio Cerón, un falangista de Castilla que durante la guerra asesinaba "rojos" en el País Vasco. Una noche se topa con la mirada de un niño de 10 años, y eso le afecta de tal modo que no volverá a matar: el resto de sus días los dedicará a cuidar de una higuera, en un intento simultáneo e inconsciente de escapar a la muerte que la mirada del niño anunciaba y de pedir perdón por sus acciones.

Pinilla, como buen faulkneriano (el mejor quizás, después de Juan Benet), estructura la novela en 3 capítulos narrados en primera persona por dos personajes distintos y en diferentes tiempos. Mercedes Azkorra conoce el desenlace de la historia y ofrece al lector la perspectiva de lo ya pasado; el propio Rogelio nos cuenta su día a día al cuidado de la planta, y lo hace de tal forma que el lector, sin darse apenas cuenta, le perdona sus crímenes.

Es, pues, una novela sobre la Guerra civil; pero muy distante de las que últimamente brotan en las librerías. En La higuera no hay mezcla de realidad y ficción, ningún escritor metido a periodista busca una historia que contar ni hay, es de agradecer, revisionismo o afán de revancha.

 

La higuera es una llamada al perdón. Una novela que exhorta a los vencedores de la guerra: "Pedid perdón"; y a los vencidos les ruega con voz mas pausada: "Perdonadles".

Es difícil no asociar estas páginas con la situación actual en el País Vasco. Si bien la política no debe nunca intervenir en la literatura, ésta sí es capaz, en ocasiones, de iluminar alguno de sus complicados aspectos. Durante la lectura, se siente la tentación de sustituir el nombre y el rostro de Rogelio Cerón por el de Josu Ternera o Arnaldo Otegi (por citar dos de los terroristas más conocidos).

El lector de La higuera desearía ver a una de estas personas cuidar cada mañana de un árbol (pero tendría que ser uno muy grande) a la espera de la mirada sin odio de los hijos de sus víctimas. Es posible que pasados unos años se preguntaran, igual que lo hace el falangista al final de su vida: "¿Qué diablos significaba Euskadi Ta Askatasuna?".

Esperpentos de la esencia

La Academia Sueca otorgó en 1981 el premio Nobel a uno de esos escritores "raros" a los que nos tiene acostumbrados. Elias Canetti tenía publicada por entonces una única y desasosegante novela, Auto de fe, un monumental ensayo titulado Masa y poder, el primer volumen de su autobiografía y varios libros difíciles de clasificar, entre los que se encuentra El testigo oidor.

 

La editorial Galaxia Gutenberg ha emprendido la tarea de recopilar todos sus escritos en unas Obras Completas que constarán de cinco volúmenes; esta colección, sin embargo, no estará completa hasta el año 2024, cuando se abran las decenas de cajas (contenedoras de obras de teatro, novelas y, presumiblemente, la continuación de su autobiografía) guardadas en un búnker suizo por expreso deseo del autor.

Durante los 35 años que Elias Canetti dedicó a Masa y poder, el búlgaro se prohibió toda digresión literaria, en un intento de concentrarse en la que consideraba la obra de su vida. Sin embargo, la vena literaria seguía latente, y su cabeza no paraba de inventar personajes, situaciones y microargumentos. Así surgió la mayor parte de los textos que componen El testigo oidor.

Publicado en 1974, el libro lleva como subtítulo Cincuenta caracteres: ésa es la clave del texto. Cada ser humano se compone de un número indeterminado de cualidades, caracteres, que se combinan entre sí: los hay malvados y amantes del arte; los hay egoístas y curiosos; los hay apáticos e irresistibles a las mujeres. Canetti selecciona (pues tenía escritos muchos más, quizá podamos leerlos dentro de veinte años) cincuenta de estos caracteres, y los desarrolla, y deforma, como si fueran la esencia única de un personaje.

En página y media los describe con absoluta precisión, belleza y un peculiar sentido el humor. Sus nombres son insólitos: Lamenombres, Finolora, Lengüipronto, Muerdecasas. Lo que cuenta de ellos es asimismo asombroso; en algunos casos provoca la risa, en otros llega a inquietar. El Proyectista, por ejemplo, está lleno de planes para el futuro; es serio y formal; "jamás fue un niño prodigio, porque jamás fue niño; no envejece nunca, porque nunca fue más joven". El Delator, por su parte, critica sin cesar a sus semejantes; "el elogio se le pega a la lengua como un veneno repugnante". El Hidrómano colecciona agua, temeroso de una futura sequía; llora cuando llueve y pide agua a sus vecinos; en su bodega, "todas las botellas están llenas de agua, y él mismo las ha sellado y clasificado por cosechas". La Granítica, por fin, es dura y cortante, cría a sus hijos con firmeza; no ha llorado nunca, y divide al mundo entre "embaucadores y embaucados, fuertes y débiles".

El testigo oidor es un libro que hay que leer con detenimiento, propicio para la noche; el lector no debería leer más de cinco o seis páginas seguidas, pues los caracteres se acumulan en la cabeza, se mezclan y se pierden. Como si fuera un libro de poemas, es muy recomendable recitar cada carácter sintiendo la soledad en la que todos ellos están inmersos. En la cama es interesante asociarlos con amigos y familiares; pero el siguiente paso es aún más iluminador: intentar reconocerse a uno mismo en uno o varios de los caracteres.

La última conciencia de Europa

La portada elegida por Anagrama para Los emigrados presenta a un hombre de pie en el centro de una vía férrea que se alarga hasta perderse en un horizonte claroscuro. Es la portada perfecta: resume con exactitud el significado, que no mensaje, del libro. Un ser humano que se ve obligado a emprender en solitario un largo camino que le conduce a un futuro incierto.




W. G. Sebald estructura el libro (nunca clasificó sus obras como novelas) en cuatro capítulos, de extensión muy desigual, en los que ficcionaliza la vida de otras cuatro personas con las que tuvo relación, puntual a veces, a lo largo de su vida. Así, el lector conocerá a su antiguo casero, a un profesor de la infancia, a su tío abuelo y a un pintor con el que mantuvo una intermitente amistad: personas todas ellas que tuvieron que abandonar su Alemania natal y emigrar a Inglaterra o Estados Unidos; historias que, por el método de la individualización ("describe tu aldea y habrás descrito el mundo") bien pueden resumir o simbolizar lo sucedido a millones de europeos durante la primera mitad del siglo XX (y lo que hoy sucede a millones de no europeos).

Pero al hablar de estas personas el escritor habla también de sí mismo. Sebald utiliza la primera persona de tal forma que el lector no sabe si lo que lee es real o no. Si se interesa por la biografía del escritor, verá que ésta coincide con los datos mencionados en la obra: las restantes biografías pueden ser verdaderas, falsas o híbridos (lo más probable).

Al romper, o hacer casi invisible, el hilo que separa la ficción de la biografía, Sebald enriquece el texto y logra atrapar la atención y el sentimiento de los lectores como no lo hubiera hecho de haber presentado los capítulos como simples biografías de personajes de ficción (al estilo de La sinagoga de los iconoclastas o La literatura nazi en América), por mucho que lo relatado sea conocido o compartido por muchos otros europeos.

En Los emigrados la mitad de las cuatro historias están narradas por sus protagonistas, mientras que en la otras dos son personas que conocieron al emigrado en cuestión (personas que tienen su propia historia) quienes intentan reconstruir el pasado para un joven W. G. Sebald, él mismo un cierto tipo de emigrado, (aunque por motivos menos acuciantes).

Una característica de la obra de alemán es el uso de fotografías: bellas imágenes en blanco y negro sin pie de foto (a veces originales, a veces manipuladas; cuál es cuál es un secreto del autor), que no sólo ilustran o complementan lo escrito, sino que son parte integrante del texto, en pie de importancia con lo narrado.

Si bien en un principio la lectura de Sebald puede resultar árida (en especial para quien está acostumbrado a la página hueca y sencilla de digerir), avanzada la obra el lector percibe la belleza de su prosa. Los escritores que manejan dos lenguas suelen escribir de un modo especial: Nabokov y Conrad en inglés, Canetti en alemán, Beckett y Kundera en francés. Todos ellos tratan al idioma con mayor mimo que quienes escriben en su lengua natal. También aquellos que conociendo otra lengua escriben en la suya utilizan en ocasiones giros, expresiones y estructuras no muy comunes (puede ser el caso de Javier Marías o Borges).

Sebald escribe en alemán, pero durante la mayor parte de su vida residió y trabajó en Inglaterra, y su prosa importa rasgos tanto del inglés como del alemán antiguo. Así, crea un estilo preciso, minucioso, y al mismo tiempo poético, como demuestra esta cita en la que habla de un amigo a poco de morir: "respondía a mis palabras de forma muy pausada, intentando articular algo que sonaba al susurro de hojas secas al viento".