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Viaje a Itaca

Literatura

Cultivemos el jardín

Hay quien dice que el siglo XVIII, el Siglo de las Luces, fue prolijo en ideas y avances para el conjunto de la sociedad pero escaso en lo que a literatura se refiere, un siglo a caballo entre el nacimiento de la novela moderna y el Romanticismo. Pero la Ilustración francesa, amén de la Enciclopedia y los tratados filosóficos de Montesquieu o Rousseau, nos legó una pequeña joya. Cándido o el optimismo, escrita en 1759 por Voltaire, señala todos los males del momento, y lo hace de la mejor forma posible: desde el humor.



Cándido narra la historia de un joven noble que, de ahí su nombre, está absolutamente convencido, pues así se lo ha enseñado su mentor Pangloss, de que todo es perfecto, el mundo está bien construido, las cosas suceden por una razón, y "todo lleva necesariamente al fin mejor". Pero un inocente beso lo expulsará del palacio en que vive y lo llevará a recorrer medio mundo hasta comprender lo equivocado que estaba.

En su exilio Cándido recibirá palizas, su barco se hundirá, asistirá al terremoto de Lisboa, estará a punto de ser ejecutado, conocerá la riqueza y la pobreza, el insulto y el robo; y en todas las ocasiones responderá que todo está bien, pues así lo predica Pangloss, el hombre más sabio y en quien confía por encima de todo, (si bien conforme avanza la novela empieza a dudar de su fe).

Voltaire utiliza este periplo para asestar puñaladas a los estamentos sociales, a las convenciones, las tradiciones y modos de vida; para no dejar, en fin, títere con cabeza. Bien asimiladas las técnicas de Rabelais, el ilustrado enlaza sin pausa una aventura tras otra, a cual más inverosímil, exagera las cantidades hasta el absurdo y enumera en cuanto tiene ocasión detalles macabros con los que consigue su objetivo: la risa y, a través de ella, una mínima reflexión en torno a la situación en la Europa del XVIII (pero el lector puede sin dificultad adaptar las situaciones a nuestros días).

En su punto de mira coloca a la nobleza, a la Iglesia, a los reyes; se burla de la guerra y del dinero; pero tampoco se salvan los mendigos, mercaderes o los propios literatos. En un pasaje de la novela, un senador de Venecia ventila con unas pocas palabras a los más grandes autores de todos los tiempos: Homero, Cicerón, Milton... Al final de su juicio sentencia: "Los tontos admiran todo en un autor estimado. Yo sólo leo para mí, y no me place nada más que lo que es de mi gusto".

Muy crítico con Francia, le dedica dos capítulos; dirá de sus compatriotas que su "primera ocupación es el amor; la segunda murmurar, y la tercera, decir tonterías". París, según Voltaire, es la ciudad "en donde todo el mundo no hace otra cosa que buscar el placer, y donde casi nadie lo encuentra".

El final de la novela provoca en el lector una sonrisa de complicidad. Asentados todos los protagonistas de la obra en unos terrenos que cultivan, y casi olvidados los sufrimientos pasaos, Pangloss insiste en que el mundo es perfecto, Cándido, en la versión laica del "A Dios rogando pero con el mazo dando", responde: "Todo está muy bien, pero cultivemos nuestro jardín".

Confesión

Tras pasar algo más de un año leyendo con fervor y disciplina la obra de luis Goytisolo, descubro que no entiendo su obra. La crítica publicada el 11 de diciembre bajo el título Respuesta fallida es la prueba de ello.

Es una reseña escrita desde la prisa y la lectura superficial, (peor aún, incompleta). Si bien ciertos párrafos me parecen válidos, la mayoría no lo son en absoluto.

Guardo la entrada en el blog para que quede como recuerdo de lo que no debe hacerse.

Respuesta fallida

La obra de todo escritor, por muy sólida que sea, tiene altibajos: textos redactados sin la suficiente paciencia, novelas debidas al editor en una fecha límite, páginas rescatadas del cajón para que los lectores no le olviden. En el caso de Estatua con palomas, Luis Goytisolo (Barcelona, 1935) parece haber escrito esta autobiografía "camuflada" en respuesta a la que pocos años atrás escribió su hermano Juan.

 

Al revisar el catálogo de publicaciones de Luis Goytisolo, ninguna de ellas aparece bajo el epígrafe de "autobiografía"; sin embargo, Estatua con palomas no puede ser calificada de otra cosa. Unas memorias, eso sí, sui generis: el autor no muestra en ningún momento su intención al escribir estas páginas; no existe orden cronológico o aun temático, tal y como sucedía en el texto que las provoca, En los reinos de Taifa; por último, Goytisolo inserta entre los diferentes capítulos más o menos autobiográficos unos textos narrativos que bien pudieran ser extractos de una novela autónoma ambientada en la Roma Clásica, (capítulos que el lector común terminará por saltarse, pues no hacen otra cosa que romper el fino hilo que pueda hilvanar esta obra).

El último epígrafe, a fin de desconcertar aún más, no es narrativo ni memorialístico: presenta como si de un hecho real se tratase, las dificultades por las que pasa un periodista para conseguir que un escritor innombrado (pero que el lector tiende a identificar, más por los pensamientos que expone que por datos concretos, con luis Goytisolo) de el visto bueno a una entrevista que concedió meses atrás en Barcelona, entrevista que es asimismo incluida en el texto.

Si algún interés puede tener Estatua con palomas no es su faceta autobiográfica, (muy incompleta), o las (en ocasiones ácidas) opiniones que el autor vierte sobre sus hermanos, sino la serie de capítulos más ensayísticos en los que reflexiona sobre los temas que presiden el conjunto de su obra: la sexualidad y la literatura. Pero estos capítulos parecen variaciones defectuosas de otros ya escritos (en Antagonía, sobre todo) o por escribir de un modo más preciso y estilizado (Diario de 360º).

Sorprende, pues, leer en la contraportada que este texto mereció el Premio Nacional de Narrativa en 1993. Uno puede sospechar que el jurado premió no tanto a Estatua con palomas como a toda la obra anterior de Luis Goytisolo; o, ya puestos a elucubrar, que el galardón era un reconocimiento tardío e indirecto a Coto vedado y En los reinos de Taifa, verdadera autobiografía de un Goytisolo.

Estatua con palomas, Luis Goytisolo

Círculo de lectores, 1999 (publicada por primera vez en 1992)

321 páginas

Recuerdos difíciles, lenguaje simple

Juan Goytisolo (Barcelona, 1931), escribió Coto vedado y En los reinos de Taifa en 1985 y 1986 respectivamente, una vez concluida su etapa que podríamos llamar "destructora" (etapa formada por la Trilogía Álvaro Mendiola y su epílogo involuntario Makbara). En 2002, Editorial Península unió estos dos volúmenes y los publicó bajo el título Memorias.

En efecto, estos dos libros deben leerse de forma unitaria. Ambos proporcionan una imagen precisa del escritor, desde su nacimiento hasta su firme decisión de abandonar toda ortodoxia literaria o sexual para irse a vivir a Marruecos y escribir Reivindicación del Conde Don Julián, su texto cardinal.



Coto vedado relata por orden cronológico sus primeros años de existencia, hasta su exilio voluntario en París en 1956. El lector sabrá de la muerte de su madre en un bombardeo de la guerra civil, (hecho que marcará no sólo su quehacer literario, sino también el de sus hermanos Luis y José Agustín), de su relación con su padre, de su paso por el colegio y la Universidad, de su relación con el alcohol y de su sexualidad (en el año 2006 es casi habitual que un personaje público revele su homosexualidad; en 1985, sin embargo, no debía de ser tan corriente y seguro que provocó cierto escándalo).

En la segunda parte de sus memorias, Juan Goytisolo prescinde de la linealidad para estructurar el texto en largos bloques monográficos que ocupan varios años. Así, habrá capítulos dedicados a sus actividades políticas (en Francia o en la Unión Soviética), a su relación con Jean Genet (escritor al que dedica un espacio excesivo), y, cómo no, a su compañera y luego esposa Monique Lange. Será quizá este apartado el más jugoso para el lector, cansado de escaramuzas políticas que no conducían a nada y de un escritor francés del que, probablemente, no ha leído ni un línea. En él expone con claridad su transición de novio heterosexual neurótico a marido homosexual seguro de sí mismo, y de escritor sin rumbo a narrador comprometido únicamente con su literatura.

Memorias es la prueba de que es posible escribir una autobiografía digna, sin mentiras ni falseamientos. Aquí, Juan Goytisolo es, muchas veces, Juan. El lector puede conocer sus miedos reales, sus actividades en los barrios bajos de Barcelona y París, sus infames pensamientos hacia su padre, su silencio ante las violaciones de los regímenes comunistas. Un honrado trabajo de desnudez que pocos en España, acaso ninguno, han realizado todavía.

Pero hay algo que el lector conocedor de la obra de Juan Goytisolo echa en falta: no hay riesgo, ni salto al vacío. Coto vedado no es Señas de identidad, ni En los reinos de Taifa es Juan sin Tierra. El lenguaje es claro, la gramática y ortografía española se aplica con precisión. Cansado del trabajo de destrucción llevado a cabo en las dos décadas anteriores, o a la busca quizás de un mayor número de lectores para estas obras de no ficción, (en sus novelas volverá a usar un lenguaje y una estructura mucho más elaborados), Juan Goytisolo escribe aquí un texto, en el peor sentido de la palabra, normal.

De cuando en cuando, el lector se encuentra con páginas en cursiva en las que el autor habla consigo mismo (recupera aquí el uso de la segunda persona de singular, tan característico de novelas anteriores) sobre los objetivos del texto y las dificultades de reproducir el pasado con fidelidad. Y entonces recuerda que está leyendo un texto de Juan Goytisolo.

Memorias, Juan Goytisolo

Ediciones Península, 2002

624 páginas

Bernhard, el malogrado

Escasean hoy día los autores realmente originales, únicos. Si bien estos adjetivos aparecen con frecuencia en las tapas de muchos libros, su función es ocultar su falta de solidez o llenar el vacío que produce su lectura. En el caso del, muy a su pesar, austriaco Thomas Bernhard, (1931-1989), le sientan a la medida.

Benhard, tanto en su vida como en su obra, nadó a contracorriente. Mejor, nadó en solitario. No imita a nadie, y quienes intentan emular su estilo, jamás lo logran, aunque puedan escribir buenas novelas. Sus temas preferidos, temas que se repiten novela tras novela, son el suicidio, la soledad, la creación en todas sus formas y, gravitando a lo largo de su obra, un profundo odio a su país natal, (odio que le llevó a exiliarse de forma voluntaria en España).

 

Así sucede también en El malogrado, novela redactada en 1983 y reeditada por Alfaguara este año. El argumento, -que, como en las mejores novelas, es lo menos importante- es el siguiente: un narrador anónimo residente en Madrid recuerda en una posada de Austria a su amigo Wertheimer, el malogrado, antiguo compañero de estudios en una prestigiosa escuela musical, quien se colgó de un árbol semanas atrás.

Glenn Gould -importante pianista en la vida real que abandonó los escenarios para dedicarse al piano en absoluta soledad- es el tercer personaje de la novela, el que, de algún modo, desencadenará el suicidio de Wertheimer; según el narrador, única fuente de información en toda la obra, éste abandonó el piano tras escuchar una interpretación del "genio", como denomina a Gould, y, tras su fallecimiento, tomará la decisión de abandonar también él el mundo.

La novela no se sustenta en ninguna estructura elaborada de antemano. Da la impresión, y muy bien pudiera ser así, de que Thomas Bernhard comenzó a escribir partiendo de una idea germinal y, en un momento dado, se cansó y acabó la novela unas pocas páginas después. Este "sistema" que en otra obra u otro estilo hubiera sido fatal, es aquí muy apropiado, pues las 168 páginas se componen en su totalidad de los pensamientos y recuerdos el narrador, inconexos, repetitivos e improvisados por definición.

La fecha de redacción de la novela no se trivial, Bernhard se acerca al final de su trayectoria literaria y la diferencia con anteriores novelas es clara: la obra consta de un menor número de páginas, el estilo se simplifica, las frases son más cortas. El lector no se ve obligado a luchar para entender una idea, ni a mantener la respiración a lo largo de varias páginas hasta encontrar el final de la frase.

Si hay algo que puede dificultar la lectura de la novela -pero, por otra parte, son sus rasgos esenciales- es la ausencia de puntos y aparte (sólo hay cuatro párrafos en toda la obra) y la repetición de ideas y expresiones (por ejemplo, "dijo él, pensé"). Pero el lector se acostumbra pronto a estos estribillos y, como quien duerme con un reloj en la mesilla y tarda en conciliar el sueño la noche en que se para su tictac, los echa en falta cuando el austriaco interrumpe su letanía.

Bienvenidos a Ítaca

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de aventuras, lleno de conocimiento.

Has de rogar que sea largo el camino,

que sean muchas las madrugadas

que entrarás en un puerto que tus ojos ignoraban

que vayas a ciudades a aprender de los que saben. 

Ten siempre en el corazón la idea de Ítaca.

Has de llegar a ella, es tu destino

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.  

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ella, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas. 

Kavafis